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Mis recuerdos de primeras lecturas y primeras escrituras

By 25/10/2020noviembre 21st, 2023No Comments

Este curso he mandado a todos en el taller que escriban sus recuerdos relacionados con las primeras lecturas y los primeros textos que se recuerdan creando, inspirada por el ejercicio de «Me acuerdo» de Joe Brainard y George Perec y por la lectura de Agota Kristof en La analfabeta. Yo también hice mi ejercicio y comparto el texto que salió.

 

Me recuerdo leyendo intrigada los tebeos de mi hermano. ¿Por qué se reía tanto?

Zipi y Zape me gustaban. Mortadelo y Filemón y Astérix y Obélix, no, pero eran los que a él le hacían más gracia, carcajadas mientras los leía sentado en el váter y a mí, nada, qué curiosidad, los abría otra vez, guiándome con el dedo por los bocadillos para leerlos bien, para no perderme, pero nada.

Me vuelve y revuelve la infancia, eso sí, con la imagen de los tomos —esos que juntos, en el orden correcto, formaban un dibujo, como un puzzle, con letras, y espinetes y ranas gustavo—de la colección que hacían mis padres para nosotros de Barrio Sésamo.

Me gustaría, sin embargo, poder ser una nostálgica de Las aventuras de los cinco y Enyd Blyton o de Puck, pero solo recuerdo verlos en la estantería, en ediciones antiguas, y que mi madre se empeñara en que eran muy divertidos, pero yo ni caso. Yo soy nacida en los ochenta y ya quería ir a la última. Era mi madre la que siempre se ocupaba de que no faltaran lecturas en casa: inolvidable ese momento de elegir algún libro del catálogo de El círculo de lectores porque iba a venir ya, ya, esta misma mañana, “el señor del círculo”, un hombre grandote, calvo de media cabeza, cansado, sudoroso, que aparecía en la puerta de nuestro piso de Barajas con una maleta casi a rastras.

Así que al final fui más de Barco de vapor, y recuerdo que disfrutaba tumbada en mi cama leyendo los libros rojos, que eran para lectores a partir de doce años, pero yo no los tenía todavía (quizá tenía nueve o diez). Recuerdo uno de título A la izquierda de la escalera, no me acuerdo del argumento y no quiero buscarlo, pero sí me acuerdo de que la protagonista era una niña que pasaba tiempo sola y era pobre. Me recuerdo a mí misma bastante dramática.

Me recuerdo escondiendo la llave de mi diario en el cajón de los calcetines. Un diario acolchado que probablemente me regalaron por la primera (y casi última) comunión. Supongo que escribiría más cosas de mis días y mis tormentos con las amigas y los niños, pero solo me recuerdo escribiendo, con esa letra redondeada y bien enlazada, que había muerto mi abuelo Manolo, que se había ido al cielo y que mi padre tenía los ojos rojos de llorar. Ahora pienso en esa intuición, ya de niñas, de que lo que estaba sucediendo significaba algo y había que escribirlo o, como decía Virginia Woolf, que «nada es real si no lo escribo».

El último libro que he leído lo terminé hace más de un mes, lo cual es una mala imagen para una presunta profesora de escritura, pero estas últimas semanas han dejado pocos espacios a la lectura, que ahora, durante unos meses ocuparé felizmente con vuestras historias. Este verano leí bastante a trompicones también, pero cumplí con algunos títulos pendientes, los que más me impactaron fueron El amante, de Marguerite Duras y Al faro, de Virginia Woolf. Aún así, siempre leo relatos sueltos, uno cada dos días como mínimo, a veces más si son largos (antes de ser madre, no podía dejar un relato sin terminar de un día para otro, ni dejarlo, lo empezaba y lo tenía que terminar, sin interrupciones). Releí dos veces el relato de Carver que os toca para la primera tarea (“Veía hasta las cosas más minúsculas”) y acabé leyendo tres cuentos más de ese libro (¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?).

Ese libro que terminé hace un mes se llama Linea Nigra, es de una joven mexicana Jazmina Barrera, y lleva por subtítulo «ensayo sobre embarazos y terremotos». Me gusta la fragmentación con la que está escrito, la intimidad que se despliega y las preguntas que quedan abiertas sobre esta cuestión de la maternidad como terreno literario tan poco explorado, aunque no me pareció una obra brillante, me pareció, como dice al inicio, una especie de borrador. Estoy en el proceso de escribir cuentos (o quizá otra cosa) sobre esta experiencia que estoy viviendo (creo que la estoy viviendo, porque apenas he escrito todavía sobre ello) desde que D., hace casi tres años, empezó a germinar dentro de mi cuerpo.

Lo último que he escrito ha sido un desahogo esta mañana, en mi diario, un par de frases para dejar rastro también de estos días ajetreados. Mi diario es una moleskine negra (esta vez y por primera vez, falsa Moleskine, además, porque se me acabó la anterior y mi madre y mi padre, siempre encargados de que no me falten las libretas, me trajeron en agosto una imitación de tapa dura y hojas en blanco en lugar de rayadas). Esta falsa moleskine tiene un papel en el lomo, pegado con celo, que lleva escrito el número “12”. Desde hace unos años numero mis diarios, por si alguna vez me da por releerlos o para intentar crear un orden, no vaya al final a salir un dibujo cuando estén todos apilados, como pasaba con esos tomos de la enciclopedia de Barrio Sésamo.

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