La soñadora de este sueño de palabras que sueña con una isla soy yo, Ana Haro, madrileña afincada en Menorca desde 2010, periodista, correctora editorial y coordinadora de talleres literarios.
¿Te voy a enseñar a escribir? No, pero sé que tú vas a aprender a escribir mejor. Yo solo voy a estar ahí, dando vueltas a tu alrededor, proponiéndote ejercicios y lecturas, subrayando ideas y frases, mientras tú das vueltas alrededor de tus propios textos.
Después de estos años creo que cualquiera puede disfrutar de escribir y mejorar su escritura si se empeña. También sé que hay historias que merecen ser narradas y permanecer vivas.
Esta es la mía con los talleres de escritura y con esta isla.
Como empezó todo
Conocí Menorca en unas vacaciones, con veinte años, cuando vine a visitar a una gran amiga que trabajaba aquí entonces durante la temporada de verano.
A la vez que recorría yo sola la isla con la furgoneta de mi amiga de aquí para allá, sus pueblos, su lengua, sus playas, me iba conociendo a mí: escribía y escribía sin parar. Se me metió la isla en la piel y en los márgenes de aquel cuaderno y supe que había quedado ligada a este lugar para siempre, aunque no podía sospechar que más tarde viviría aquí una parte tan importante de mi vida y que incluso acabaría teniendo un hijo menorquín.
Un par de años después de esas vacaciones, al acabar la carrera de Periodismo y mientras maltrabajaba en un gabinete de comunicación en el centro de Madrid tuve la mejor idea que he tenido nunca: también podía ser periodista en Menorca, ¿no? Esa noche busqué la Guía de la Comunicación —una especie de páginas amarillas de los medios de toda España, que en mis prácticas en la Agencia EFE me habían servido para encontrar teléfonos y direcciones— y escribí un correo a todos los medios de Menorca que allí aparecían. No eran muchos y luego supe que eran menos todavía.
Guardo ese correo, lo envié a las 00:02 del 27 de abril de 2006. Al día siguiente me llamó el director del periódico Última hora Menorca, tenían una vacante en la delegación de Ciutadella y querían contratarme en principio para unos meses, me pagaban el doble de lo que estaba ganando; era un periódico local, algo que siempre me ha parecido imprescindible, y no un gabinete aburrido, y lo más asombroso: ¡era en Menorca! Así que en dos semanas estaba desembarcando en el puerto de Ciutadella con mi Ford Fiesta de tercera mano lleno de libros, diarios, libretas en blanco, ropa, nervios y alegría. Iba a compartir casa con mi amiga y con parte de su tribu, que después fue entrando y saliendo del verano más vivo de mi vida.
Ese verano acabó y con mi Ford Fiesta, mis libros, libretas ya escritas por todas partes y los recuerdos palpitantes volví a embarcarme rumbo a Barcelona para dar una vuelta por la Península (Girona, Francia, Euskadi, Zaragoza…), antes de llegar de nuevo a Madrid, a compartir piso con mi amigohermano y seguir maltrabajando (y también disfrutando de esos años de veinteañera en los que casi nada tiene fin). Tiempo después, en 2010, con 28 años, volví de nuevo a la isla en el mismo coche, con más libros y más libretas, esta vez acompañada y con un sueño secreto: de nuevo iba a trabajar como periodista en ese mismo medio, pero esta vez tenía en mente organizar también un taller de escritura como los que había estado frecuentando en mi ciudad. Ya había elegido el lugar hacía tiempo: la librería más bonita de Menorca, la Torre de Papel, que regentaba una mujer, hoy amiga, llamada Mae de la Concha. Y en la mesa ovalada del fondo di mi primer taller con un grupo de gente maravillosa que brilla en mi recuerdo como luciérnagas (precisamente recuerdo que luciérnagas fue la palabra que usamos, junto con baúl, para hacer el primer ejercicio que les propuse: un binomio fantástico de los de Gianni Rodari).
También encontré antes de desembarcar esta segunda vez un proyecto-imán llamado Talleres islados. Contacté con la directora antes de llegar a la isla, una tal Mariona Fernández. También conservo aquel correo (la palabra escrita es la que enhebra mi propia historia). Lo envié el 1 de julio de 2010, a las 18:54 horas, y allí le decía, entre otras cosas que había llegado a ella gracias a Google, tras teclear “talleres escritura Menorca”, le contaba mi vida y al final, después de un rollo lleno de giros de guion (como sigo haciendo a día de hoy con ella cada pocos días), le confesaba: «Tal vez quería preguntarte si necesitabas a una asistente y/o encargada de comunicación y/o alumna y/o profesora y/o chófer y/o inquilina y me daba vergüenza». El proyecto de Talleres islados sigue en pie, por suerte para esta isla y para toda la gente que cada año acude a su llamada; he sido alumna de esos retiros maravillosos más de una docena de veces, ha sido la otra universidad, y desde hace cinco años tengo el privilegio desproporcionado, además, de impartir cada temporada un taller de escritura autobiográfica junto a esa tal y querida Mariona Fernández, como parte de su programa islado.
Personas, historias, rupturas, enamoramientos y cambios de rumbo se fueron sucediendo mientras yo seguía explorando los límites de esta isla infinita y escribiendo y abriendo más talleres. Poco a poco, el trabajo de periodista se fue diluyendo y el taller empezó a ocupar más espacio y más espacios: en Ciutadella di clases en la cafetería Ànima y en el Cercle Artístic y más adelante di el salto a Llevant, donde durante cinco años impartí mis cursos también en el Ateneu de Mao.
Desde entonces, más de un centenar de aficionadas, curiosos, amantes de las letras, futuras escritoras, antiguos escritores, lectores compulsivos, arquitectas, periodistas, obreros de la construcción, limpiadoras, economistas, comerciales, cantantes, masajistas, inspectoras de Hacienda, carteros, físicos, ingenieras, estudiantes, desempleados, enfermeras, vigilantes de seguridad, cuentistas y/o interesadas en el arte de escribir (y de leer escribiendo), en general, han pasado por la que entonces bauticé como La isla de los escritores. Bajo este sello se publicaron seis antologías de relatos —Peccata minuta (2016), Mare nostrum (2017), Tempus Fugit (2018), Alter ego (2020) e In extremis (2021)—, además de la titulada La casa azul, que salió a la luz en 2023 tras un taller intensivo en una casa al borde del mar de Cala Mesquida. También hemos celebrado lecturas públicas, fiestas, comidas literarias, presentaciones y todo eso que nos ha ido convirtiendo en un álbum de familia, con todos nuestros lazos intactos. Lo he comprobado: la palabra escrita, en medio de tantos relatos, vincula, desvela y deslumbra de un modo íntimo e irreversible.
Con el mismo afán de ese primer taller sigo hoy, con docenas de libretas por todas partes, con una criatura maravillosa nacida en esta tierra que tanto amo, rodeada de amigas y amigos, con más libros alrededor y nuevas páginas en blanco. Sigo atenta a las voces literarias que llegan para poder re-conocerlas y ayudar a cada participante a afinar la suya sin que pierda eso que tiene de genuino: esa voz secreta que sale aferrada a las palabras, de forma casi natural, cuando nos sentamos a escribir una historia.
La escucha y la tribu
Para mí la escritura es una manera de entender lo que me ocurre y lo que ocurre, de sobrellevar el mundo, de encontrar eso que brilla y arde en el interior de cada persona que voy conociendo en estos encuentros literarios (es decir, humanos), que ahora tienen su sede en un refugio urbano de Maó: un lugar orquestado por las sonrisas y la fuerza de Eva y de Mirco, llamado The Patio, que se ha convertido, para mí y para muchos, en una nueva metáfora en el espacio.
Mi objetivo ahora es contagiar la pasión por leer desde dentro del texto y del cuerpo, por narrar con precisión fragmentos de lo que vivimos o imaginamos, por utilizar la escritura como experiencia. Pretendo animar a quien se acerque aquí a atravesar la senda de la escritura propia. Pretendo compartir el placer de jugar con las palabras, jugando en serio, como juegan los niños y las niñas, y también el goce de compartir después lo escrito en esta tribu que recrea, en cada encuentro, como una especie de resistencia ante nuestro tiempo desquiciado, esa costumbre antigua de sentarse a escuchar historias.
Escribir y reescribir es la fórmula que yo encontré, ya en esa primera visita a Menorca, para tomarle las medidas a la vida (o inventarlas). También es un atajo, que estaré encantada de compartir contigo, para llegar hasta las puertas del laberinto de la memoria y la imaginación, del cual conseguiremos entrar y salir tantas veces como queramos siguiendo, con cautela, el hilo de la escritura.
¡Bienvenidas y bienvenidos!
Ana