El curso comenzó hace un mes y ya hay nuevas historias que pueblan nuestra imaginación lectora, nuevos relatos que han sido escritos, esbozados y compartidos en una mesa, en The Patio o en una pantalla, en los grupos a distancia. Textos de presentaciones (con moscas rondando) que nos hacen, a veces, conocer más a la persona en unas líneas que diez cafés compartidos, que cien millones de fotos.
En estas primeras semanas, además, hemos tenido ya textos de maestras y maestros iluminando los primeros pasos. Y en todos los grupos se ha colado a Mary Oliver, poeta estadounidense con algunos fragmentos de su hermoso ensayo La escritura indómita (Errata naturae, 2021, con traducción de Regina López Muñoz). Una autora a la que yo conocí hace unos años por un poema, que ahora no sé cómo llegó a mis manos o a mis ojos, pero me sigue iluminando cuando lo leo o lo recuerdo, se titula «The Summer Day» (El día de verano). Este es el último verso, no creo que se os pueda olvidar si no lo conocíais: «Tell me, what is it you plan to do with your one wild and precious life?» («Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?»).
Su escritura (indómita), precisamente, ha sido la que nos ha recordado la importancia de tener una libreta siempre a mano, siempre viva.
Es el instante preciso lo que trato de aprehender en las libretas, no la observación ni el pensamiento. Y, por supuesto, muy a menudo es eso mismo lo que pretendo hacer en los poemas terminados.
Y comparte después Oliver algunas de esas anotaciones privadas de su libreta, esas semillas de sus poemas de las que yo he rescatado estas para el taller:
Una vida entera y en esto se resume todo: belleza y terror.
Sobre poemas que no funcionan: ¿quién quiere ver a un pájaro casi volar?
Tras una infancia cruel, una debe reinventarse.
Y luego, reimaginar el mundo.
¿No ha estado avecinándose el fin del mundo desde absolutamente siempre?
También habla en el capítulo «Pluma, papel y un soplo de aire» (1991), sobre los requisitos, para ella, de la creación:
El trabajo creativo requiere soledad. Requiere concentración, sin interrupciones. Requiere la totalidad del cielo para surcarlo y ningún ojo que observe hasta que alcance esa certeza a la que aspira, y que no necesariamente posee de inmediato. Es decir, intimidad. Un espacio aislado; para deambular, roer lápices, garabatear y borrar y de nuevo garabatear.
Pero en ciertas ocasiones, si no muchas, la interrupción no proviene de otro, sino del propio yo, o de un yo dentro del yo que silba y aporrea la puerta y se tira en bomba en el estanque de la meditación. Y ¿qué te dice? Que has de llamar al dentista, que te has quedado sin mostaza, que el cumpleaños de tu tío Stanley es dentro de dos semanas. Por supuesto, reaccionas. Y luego vuelves al trabajo, sólo que los duendecillos de las ideas han huido y desaparecido entre la bruma.
Es a esta fuerza interna —este interruptor íntimo— a quien quisiera seguir la pista. El mundo muda de piel con la fuerza de un espacio abierto y colectivo, con sus muchas interacciones, tal y como se espera del mundo. ¿Cómo objetar algo al respecto? Pero que una misma pueda interrumpirse a sí misma —y que lo haga— es una cuestión más misteriosa y peculiar.
Y un poco más adelante añade:
Las personas más pesarosas del mundo son aquellas que sintieron la llamada creativa, las que sintieron su propio impulso creativo, obstinado e inquieto, y no le dedicaron ni esfuerzo ni tiempo.
Y aquí seguimos, semana a semana, tratando de acompañar ese impulso creativo de cada una y cada uno.
Os envío un abrazo,
Ana
PD: Os recuerdo que en enero se abrirá un grupo online de iniciación al relato breve, por si alguien quiere estrenar libreta y guardarse su puesto en una de esas ventanitas de las videoconferencias de los martes.
Qué maravilla, Mary Oliver. Y qué bonita web y todo lo que haces y tocas, cariño. Un abrazo grande desde ahí al lado, ya. 🙂
¡Gracias, querida Mariona!