El domingo 17 de noviembre, mi/nuestra amiga Mercé Morató presentó en Mercadal, el pueblo donde siempre ha sido conocida como «sa dentista» (así se llama su clínica), su novela breve El cuadro (Círculo Rojo, 2024), una historia real, cocinada en el taller de escritura, que fue la que la llevó a mi/nuestras vidas en ese mundo pandémico de 2020. Lo cuento en el prólogo que escribí para esta alegría de publicación y que comparto aquí abajo.
Aquel día, en el Centre d’Art i Cultura Ca n’Ángel, tuvimos el goce de asistir a un «tráiler sonoro» creado por Kaori y cuatro lectoras voluntarias que entremezclaron fragmentos del libro ante una sala tan llena que acabó siendo noticia en el Diari Menorca. Se hizo un silencio especial, de latidos, digno de Consuelo, la madre de Mercè a quien está dedicada esta narración. Después festejamos con una paella en la casa de campo de la familia y hasta hubo sesión de taichi colectiva. El día se alargó hasta hacerse noche, con teatro y más coincidencias de esas que suelen ocurrir cuando está Mercé y su gente por ahí rondando y que pueden parecer increíbles, como la propia historia del libro, pero que son auténticas y, casi siempre, inolvidables.
Un propósito noble
Ana Haro
Mercè Morató (Palautordera, Barcelona, 1953), la dentista de Mercadal, la dentista hippie, como la conocían cuando instaló su vida y su clínica en los setenta en Menorca, la isla en la que ha vivido desde entonces y donde ha criado a sus tres hijos, se apuntó a mi taller en el Cercle Artístic de Ciutadella, en el mundo pandémico de 2020. El primer día ya me confesó que tenía un único objetivo: escribir la historia de este cuadro. Tanto insistió su entorno en que debía transcribir este relato que se comprometió a buscar las palabras para recrear, con pequeñas ráfagas de ficción, un encuentro que sucedió en El Cairo, en la plaza Tahrir, entre su madre, un niño egipcio y el artista que firmó el cuadro un día cualquiera de abril de 1976.
Ahora veo todas las teselas del mosaico unidas aquí, cada una en el lugar que le correspondía, después de tantas horas compartidas de lecturas, posibilidades, penas y celebraciones y me entra el vértigo de las despedidas de las de Adiós con el corazón que cantaba Consuelo, su madre. Luego me relajo y sonrío, porque sé que Mercè va a continuar escribiendo y porque me ha recordado hace un rato, en uno de nuestros mensajes, que la trama del cuadro no ha acabado, que tenemos pendiente en el taller un viaje a Egipto.
Además, este libro ya existía antes de ser escrito. Mercè lo ha contado muchas veces, con esa voz suya que modula de la ternura a la fuerza, del susurro suave a la carcajada, la misma voz inteligente con la que emociona a quien se le acerca y con la que se entrega a las personas y a cada nuevo día como a una aventura: tan pronto te explica que se va a Nepal con su grupo de taichi, como te contagia las lágrimas recordando una mirada de Salvador Puig Antich; o te describe las estrellas que veía en el campo de refugiados saharauis en Tinduf, que visitó por primera vez en 1992, en un voluntariado que la llevó a fundar la organización Odontología Solidaria o te invita a dar un paseo en su kayak por Macaret. Es interminable, como le parecía a ella que lo iba a ser el proceso de escritura de este libro que ya es libro.
La voz de Mercè y su pasión por la mejor parte de lo humano se ha traspasado a estas páginas con esmero en cada párrafo de cada capítulo. Así, además de una buena historia es una historia bien narrada que disfrutarán sus lectoras y lectoras igual que hemos gozado en el grupo estos años: el cuadro (y la trama de la vida real que iba sucediendo paralelamente) nos ha acompañado desde Ciutadella a la casa azul de Cala Mesquida, y se ha colado también en The Patio, en Maó, como un amigo más de nuestra familia lletraferida. Por eso, Mercè (y compañía), somos una larga lista quienes tenemos que agradecer a esa hermana que se adelantara en la subasta (enseguida sabrán de qué hablo): gracias. Y gracias también a los protagonistas de aquel encuentro en El Cairo, por esos gestos limpios y sencillos, ahora vivos para siempre, que han desembocado en nuevos intercambios de hermandad y que los seguirán creando, sin duda, tras esta publicación, porque, como dice uno de los personajes que están a punto de conocer: «Un propósito noble se mantiene en el tiempo».