Mariona Fernández y Ana Haro se enredan con placer de nuevo para impartir su taller «Basadas en hechos reales» en torno a la escritura autobiográfica y sus escondites. La cita será del 15 al 18 de septiembre en Menorca, en Binissaida y forma parte del programa de este 2022 de Talleres islados.
El taller se presenta así: «Investigar los caminos de la escritura de lo propio, de lo vivido, de lo callado, de lo soñado. Una invitación a narrar la vida, escribir lo cotidiano, lo íntimo, lo autobiográfico y convertirlo en extraordinario y, a veces, en materia de ficción, en el propio acto de la escritura».
Esa investigación será un misterio, nadie sabe todavía qué saldrá de allí, pero compartiremos los pasos y las huellas con los participantes en esos cuatro días que ya sabemos, de antemano, serán intensos y vívidos.
Una de las tareas previas que tenían que traer al taller los/las participantes (porque en nuestro taller hay trabajo de escritura antes y durante, y ojalá después) era una presentación, un textito corto que hablara de sus raíces, de la familia. Yo escribí la mía también, era octubre de 2021, y la comparto por aquí:
«A Barajas pueblo, por favor». Eso es lo que tienes que decir si le pides a un taxista que te lleve allí desde el centro de Madrid, porque Barajas fue pueblo hasta que le nació un aeropuerto. Tiene su plaza de pueblo, claro, con sus soportales y esas viejas en peligro de extinción que van a misa cada tarde, caminando encadenadas por los brazos unas a otras, haciendo paradas enigmáticas, apiñadas entre sí para sentirse menos solas.
En Barajas nació mi abuela querida: alta, sonriente, habladora, sin una gota de tinte en el pelo jamás, la que hasta antes de la pandemia era una de las que iban a misa a enterarse de enfermedades y muertes de lo que queda de pueblo. Me pregunto qué palabras, qué lamentos, qué medias maldades se habrán murmurado en los corrillos negros y grises ahora que ella misma acaba de morirse.
De Barajas pueblo eran también los padres de mi abuela, a ellos los conocí solo en mi infancia más onírica. De la bisabuela Emilia recuerdo su moño gris, enroscado y quieto sobre la nuca; pequeño, comparado con su cabeza ancha. Recuerdo una paella de adorno, con sus granos de arroz ficticios, amarillos chillones, que colgaba de una de las paredes del portal de la casa baja en la que vivían, esa que quedaba junto a la plaza y los soportales. Nadie, excepto yo, recuerda que haya existido esa paella.
Al bisabuelo Paco le recuerdo ya de viudo, con su boina marrón de cuadros, su bastón de empuñadora dorada, su olor a piel usada y con la cara que puso —los ojos espantados—, cuando le saqué del ensueño en el que andaba siempre. Me hacía pis y yo no era capaz de desabrocharme sola el pantalón vaquero, el de la franja con flores rosas y blancas a los lados, con el mismo estampado que la camisa con cuello de volante que me ponía mi madre a conjunto. El bisabuelo Paco tampoco atinaba: el botón estaba duro, tan plateado, el ojal era demasiado pequeño y yo daba taconazos contra el suelo para no mearme encima. Las risas de los dos, la suya, hecha de dos dientes y la mía, de niña con flequillo de cinco años por encima casi de los ojos, sonaban raras en la casa vacía y silenciosa porque en ese momento, no sé por qué, no había nadie más allí. Recuerdo que se me salió un poco el pis y que yo gritaba que de verdad no me aguantaba, que no me aguantaba más, pero nos reíamos igual cada vez que yo lo decía. Al final lo conseguimos entre los dos y pude llegar al váter más o menos a tiempo y el bisabuelo Paco pudo volver a su mundo misterioso.
En «Barajas pueblo» también se conocieron mis padres, en la única discoteca que había, la que ahora es un supermercado Dia de barrio. Mi madre solo tenía quince años y mi padre, de Canillejas, hijo de andaluces de Jaén, cuatro años más que ella y con sus pantalones de campana, le pidió un baile. Cuando se casaron vivieron con mis bisabuelos y con mi hermano en la casa de al lado de la plaza hasta que nací yo, dos años más tarde y se pudieron comprar el piso en el que todavía viven, se diría que bastante enamorados, justo en la calle que hace esquina con la de la antigua discoteca de pueblo que ahora es un supermercado Dia.
Aquí tenéis toda la información del taller islado de 2022.
Y algunas fotos de los dos talleres (inolvidables y ya material autobiográfico) del año pasado.