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Noticias y eventosRecuerdos

Feliz Día de las Escritoras

By 16/10/2023No Comments

Las poetas y escritoras Margarita Ballester, Llucia Palliser, Rosa Preto, Mariona Fernández, Luisa Antolín y yo somos las integrantes del grupo literario de Menorca Kintsugi, que ayer se dio a conocer en público en la Cavatina, en Maó, para celebrar el Día de las Escritoras. La invitación llegaba con este texto de Luisa Antolín:

«Escribir la vida, las visiones, los sueños. Escribir en el aire, en la arena, en la roca, en las tablillas de arcilla, en los Libros de horas, en el papel de envolver la harina, el arroz, el pescado, en la cuenta de la compra. A las mujeres escribir nos ha sido algo prohibido, impropio, contra natura, una intimidad amenazante, un imaginar, un crear que, se sabe, abre las puertas de las jaulas, y eso no, de ninguna manera, ¡cómo va a permitirse! Aún así, las mujeres hemos escrito desde el principio, muchas veces en silencio, a escondidas, diarios, cartas, poemas, oraciones, conjuros, la historia es larga; otras, cada vez más, compartiendo con el mundo esa escritura, poemas, tratados, odiseas, biografías, novelas, ensayos, formas nuevas sin nombre… Entre todas hemos ido dibujando una senda de luciérnagas irradiando unas a otras, ensanchando los límites de lo posible, el canon estrecho de lo establecido.

Aquí estamos. Somos Clarice, Virginia, María, Agota, Carmen, Emily, Merçè. Y Lispector, Woolf, Zambrano, Kristoff, Martín Gaite, Dickinson, Marçal. Y Safo, Hildergarda, Teresa, Juana, Lu Xia, y somos Anónimo, y tantas con otros nombres aún por conocer, una lista infinita, un río interminable, un mar, una galaxia.

Somos escritoras, somos poetas, somos lectoras apasionadas, somos amigas. Somos: Ana, Llucia, Luisa, Margarita, Mariona y Rosa. Antolín, Ballester, Haro, Fernández, Palliser, Preto. Y juntas, como piezas únicas e irregulares de una misma historia, unidas por los lazos dorados de la amistad y de las palabras nos llamamos Kintsugi. Y desde esta isla que nos escribe, que es también nuestra escritura, nos unimos a la celebración del Día de las Escritoras, que se celebra en octubre en todo el país, coincidiendo con la festividad de Santa Teresa de Jesús, matrona de las escritoras, en una fiesta en honor de esta historia de pasión, de rebeldía, de resistencia y de amor de las mujeres que escriben, cultivando, hilando, tendiendo, las palabras, como corriente de transmisión, un grito, un abrazo, un espejo, una luz».

En este encuentro leímos textos propios, además de fragmentos de maestras a las que adoramos y que nos han inspirado e inspiran con su literatura como Chantal Maillard, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Maria Mercè Marçal, Mercè Rodoreda, Clarise Lsipector, Agota Kristof, Santa Teresa de Jesús o la propia Margarita Ballester.

 

De izquierda a derecha, las escritoras y poetas Llucia Palliser, Luisa Antolín, Ana Haro, Mariona Fernández, Margarita Ballester y Rosa Preto, del grupo literario Kintsugi, el pasado domingo 15 de octubre, durante la celebración del Día de las Escritoras, en La Cavatina (Maó).

 

Dejo por aquí también el texto que leí sobre la formación de este grupo de escritorasamigas.

 

SINOPSIS
Ana Haro

Las historias de hoy son fragmentos: todo se rompe, pero los primeros fragmentos de Kintsugi pertenecen a una taza. Una taza de cerámica blanca con dibujos de grullas azules de líneas finas, comprada en una tienda de Maó. 

Es la taza que Luisa Antolín le regaló una tarde de octubre de 2020 a Ana Haro, a la que Margarita Ballester y ella habían conocido, siete años atrás, en un taller islado —impartido por la poeta Chantal Maillard— de esos que su amiga común, Mariona Fernández, organiza cada año como si nada: como un sueño o un mapa.

Lo de la taza ocurre en el Claustre del Carme, al aire libre y con mascarillas excepto si se bebe, y por eso se bebe. Es la presentación del primer poemario de Llucia Palliser, discípula de Margarita y amiga de Ana, en cuyos talleres de relato ha participado en alguna ocasión. Luisa asiste junto a su amiga y madrina poética, Margarita, también amiga de Rosa Preto, igual que Mariona y que la propia Luisa, quien conoce a Ros desde que eran dos adolescentes enterrando y desenterrando recuerdos en la arena de Cala Mesquida. 

Cuando acaba el acto, el grupo que todavía no es grupo se junta alrededor de dos mesas en el bar Mirador para brindar por Cada veta de vida. Es ahí cuando Ros se sienta en la silla que sostiene la bolsa de papel que contiene la taza que Luisa le ha regalado a Ana y la bolsa cae y la taza se parte en tres.  No es la nada lo que queda, deciden, sino algo nuevo, hecho de esa nada, con otro cuerpo, como las vasijas japonesas que se recomponen y se rellenan de oro en las partes quebradas para iluminar la belleza después del daño. Como un sueño o un mapa.

—Kintsugi —dice entonces alguna, después de confirmarlo en Google—: sí, la belleza de las cicatrices —dicen todas, cada una a la medida de sus daños.

La isla es después el escenario de todos los encuentros. La isla que lo carga todo de isla, de humedad de otoño y de noche. Lecturas, cumpleaños, despedidas y un viento fuerte que suena a través de las ventanas y que puede llevarse a uno de los personajes y dejar la hoja en blanco.  

Así nace el grupo Kintsugi, roto pero completo, con su taza rota y su grupo de wasap. Un grupo hecho de pedazos y de amigas de amigas de amigas. El hilo dorado que rellena sus grietas es la veneración por las maestras y por lo que tiene de frágil la palabra escrita. 

Todo lo que ocurre es narración, al fin y al cabo, y el espíritu Kintsugi sigue intacto, como un sueño o un mapa.

La taza, en cambio, pasa por un intento de ser restaurada, porque unos días después de aquella presentación Ana entrega la taza y los fragmentos a otra amiga suya mañosa. El resultado del arreglo es asombroso: le devuelve la taza lisa, perfecta. Las narradoras juegan a inventar y quizá por eso Ana descubre enseguida el engaño: su amiga ha comprado una taza nueva para ella, exactamente igual a la original. 

Ella agradece el gesto, pero añora su taza, no están las cicatrices de todos estos años, falta poder pasar los dedos por los surcos, notar los huecos. Quizá por eso, todavía hoy, elige cada mañana la taza falsa y antes de beber el primer trago de té, durante un intenso segundo, contiene la tentación de convertirla por fin en fragmentos.

 

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