En el taller hemos recordado estos días que una narración es la historia de un cambio, y en ese cambio, en su raíz, hay siempre un deseo. Los personajes quieren algo, han de querer algo, aunque sea un vaso de agua, porque «los personajes paralizados por la falta de sentido de la vida moderna todavía tienen que beber agua de vez en cuando», explicaba el escritor estadounidense Kurt Vonnegut, que dejó recogidos en un prefacio de un libro suyo de relatos los que para él agrupaban los ocho puntos básicos de la escritura creativa.
- Utiliza el tiempo de un total desconocido de forma que no tenga la sensación de haberlo estado malgastando con tu historia.
- Dale al lector al menos un personaje con el que pueda sentirse identificado.
- Cada personaje debe querer algo, aunque solo sea un vaso de agua.
- Cada frase tiene que hacer una de estas dos cosas: revelar un aspecto del personaje o hacer avanzar la acción.
- Empieza tan cerca del final como te sea posible.
- Sé un sádico. Por más dulces e inocentes que sean tus protagonistas, haz que les pasen cosas horribles para que el lector pueda ver de qué madera están hechos.
- Escribe para gustar a una sola persona. Si abres una ventana y pretendes hacer el amor a todo el mundo (por decirlo de alguna manera), tu historia pillará una neumonía.
- Da a los lectores el máximo de información posible lo antes posible. A la mierda el suspense. Los lectores tienen que tener un entendimiento tal de qué está pasando, dónde y por qué, que puedan acabar la historia por sí mismos en caso de que las cucarachas se coman las últimas páginas.
A mí los mandamientos siempre me hacen dudar (en este caso, especialmente el último) y sé que hay estilos que no aceptan preceptos, pero el vaso de agua me resulta revelador (tanto que este mes en el taller nuestros personajes han bebido unos cuantos). De todos modos lo que más me ha gustado de este primer acercamiento a Vonnegut, autor de Matadero cinco, es que ese vaso de agua nos recuerda la importancia de tener una trama, por muy simple que sea, que organice la historia, aunque luego se esté hablando (por favor) de otra cosa. En una entrevista de 1977, en The Paris Review, él lo explicaba con este ejemplo:
Uno de mis estudiantes escribió una historia sobre una monja a la que se le quedaba un trozo de hilo dental entre dos muelas izquierdas inferiores y que no podía sacárselo en todo el día. Me pareció fantástico. La historia trataba de temas mucho más importantes que el hilo dental, pero lo que mantenía la atención de los lectores era la ansiedad sobre cuándo se sacaría finalmente el hilo. Nadie conseguía leer la historia sin rebuscar en la boca con el dedo. Me parece un ejemplo admirable de broma. Cuando se excluye la trama, cuando excluyes el deseo de alguien en relación a algo, excluyes al lector, lo cual es malvado.