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Lecturas recomendadasTécnicas narrativas

El juego de Raymond Queneau

By 07/11/2015septiembre 27th, 2023One Comment
Los Ejercicios de Estilo de Raymond Queneau en La isla de los escritores

Los Ejercicios de Estilo de Raymond Queneau en La isla de los escritores

Contar un mismo episodio (y además, intrascendente: no le fueran a acusar a él de querer contar una historia) de noventa y nueve maneras diferentes es el reto que se propuso el escritor francés Raymond Queneau (1903-1976) en estos estimulantes Ejercicios de Estilo. 

Este libro es muy especial, solo apto para los que disfrutan con juegos del lenguaje (ese otro azar) y muy recomendable para aquellos que tienen algún interés en el arte de contar historias. En los talleres de escritura he propuesto alguna vez este libro que se publicó en 1947, y que es, como el título indica, todo un ejercicio (en plural): noventa y nueve formas de abordar la misma anécdota, una anécdota breve, absurda, trivial. Todo sucede en una autobús unos empujones, un botón que falta, un leve intercambio y un cuello demasiado largo: lo importante no es lo que pasa, sino, en este caso, cómo se cuenta. En forma de interrogatorio, de soneto, en lenguaje médico, en alejandrinos, en estilo vacilante, a partir de onomatopeyas… Un manual de posibilidades que puede hacer reír (y bostezar) pero también pensar en lo literario y en el lenguaje: tantas aristas desde un autobús que ya no se olvida el frenazo.

Queneau contó que se inspiró en un recital: «En el transcurso de los años treinta, estuvimos escuchando juntos (Michel Leiris y yo) en la sala Pleyel un concierto en el que se interpretaba el Arte de la Fuga. Me acuerdo que lo seguimos muy apasionadamente y que, al salir, nos dijimos que sería muy interesante hacer algo de ese tipo en el plano literario (considerando la obra de Bach, no desde el ángulo del contrapunto y fuga, sino como construcción de una obra por medio de variaciones que proliferaran hasta el infinito en torno a un tema bastante nimio».

Para algunos, ya digo, puede ser un aburrimiento, es casi una broma, una provocación, una burla literaria, pero también una demostración de oficio (y de ingenio) y una buena lección de cómo influye el punto de vista, el (famoso) tono, el ritmo y la intención en el resultado de la narración. No hay, me parece, que leerlos todos en una misma etapa y mucho menos en el orden establecido (¡no lo querría Queneau!), que para eso es un juego formal, uno de tantos los que llevó a cabo este autor que además fundó junto con FranÇois Le Lionnais el movimiento OuLiPo (siglas en francés de “Taller de literatura potencial”, parido en 1960 y parece ser que aún vigente). En este club trataban a las palabras como quien acaricia fórmulas matemáticas (y gatos a la vez) y a él perteneció también otro experto francés en eso de la forma comiéndose al fondo: Georges Perec. Entre los mandamientos del clan, dicen, había ideas como ésta: «Un oulipiano es una rata que construye ella misma el laberinto del cual se propone salir. ¿Un laberinto de qué? De palabras, sonidos, frases, párrafos, capítulos, bibliotecas, prosa, poesía y todo eso». Creo que todos (cuando escribimos y cuando no) deberíamos practicar más a menudo estas variaciones en la perspectiva y ver qué pasa: desde dónde pasa.

Ejercicios de Estilo de Raymond Queneau

Aquí dejo tres piezas de este espléndido (y meticuloso) disparate:

Relato
Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), observé a un personaje con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo interpeló, de golpe y porrazo, a su vecino, pretendiendo que le pisoteaba adrede cada vez que subían o bajaban viajeros. Pero abandonó rápidamente la discusión para lanzarse sobre un sitio que había quedado libre.
Dos horas más tarde, volví a verlo delante de la estación de Saint-Lazare, conversando con un amigo que le aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior por algún sastre competente.

Vacilaciones
No sé muy bien dónde ocurría aquello… ¿en una iglesia, en un cubo de la basura, en un osario? ¿Quizás en un autobús? Había allí… pero, ¿qué había allí? ¿Huevos, alfombras, rábanos? ¿Esqueletos? Sí, pero con su carne aún alrededor, y vivos. Sí, me parece que era eso. Gente en un autobús. Pero había uno (¿o dos?) que se hacía notar, no sé muy bien por qué. ¿Por su megalomanía? ¿Por su adiposidad? ¿Por su melancolía? No, mejor… más exactamente… por su juventud, adornada con un largo… ¿narigón? ¿mentón? ¿pulgar? No: cuello; y por un sombrero extraño, extraño, extraño. Se puso a pelear -sí, eso es-, sin duda con otro viajero (¿hombre o mujer?, ¿niño o viejo?) Luego eso se acabó, concluyó acabándose de alguna forma, probablemente con la huida de uno de los dos adversarios.
Estoy casi seguro de que es ese mismo personaje el que me volví a encontrar, pero ¿dónde? ¿Delante de una iglesia? ¿delante de un osario? ¿delante de un cubo de la basura? Con un compañero que debía de estar hablándole de alguna cosa, pero ¿de qué? ¿de qué? ¿de qué?

Injurioso
Tras una espera repugnante bajo un sol inaguantable, acabé subiendo en un autobús inmundo infestado por una pandilla de imbéciles. El más imbécil de estos imbéciles era un granuja con el gañote desmedido que exhibía un güito grotesco con un cordón en lugar de cinta. Este chuleta se puso a gruñir porque un viejo chocho le pisoteaba los pinreles con un furor senil; pero enseguida se arrugó largándose a un sitio vado todavía húmedo del sudor de las nalgas de su anterior ocupante. Dos horas más tarde, qué mala pata, me tropiezo con el mismo imbécil que charra con otro imbécil delante de ese asqueroso monumento llamado la estación de Saint-Lazare. Parloteaban a propósito de un botón. Me digo: aunque se suba o se baje el forúnculo, mona se quedará, el muy requeteimbécil.

 

Texto: Ana Haro.
Ejercicios de estilo, Raymond Queneau. Edición y traducción de Antonio Fernández Ferrer (Cátedra, 1999).
Exercicis d’estil, Raymond Queneau. Traducció d’Annie Bats i Ramon Lladó (Quaderns Crema, 1989).

One Comment

  • Pepe dice:

    Pues creo que también es una buena lección para un alumno. Vamos descubriendo que el miedo al ridículo es negativo. Cada cual es como se siente; arriesgado, convencido, arrojado también. El coraje hace milagros,a veces. Y, a veces, tristemente héroes.
    Gracias por la lección. Saludos, Pepe

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