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La carta del mes

Carta de octubre #001

By 09/10/2023noviembre 19th, 2023One Comment

Tengo algunas cosas que contaros e intentaré seleccionar solo lo importante, buscar las palabras y los detalles concretos para intentar que oigáis mi voz en este texto, porque eso es (creo) lo que persigue la escritura: poder contarlo de una forma propia y que desde el otro lado se pueda sentir por un momento que está escrito para que esa persona lo lea.

Empezaré por hablaros de la nueva página web. Han sido unos años intensos desde que, hace cinco, nació mi hijo y desde que, un poco después, igual que para todo el mundo, una pandemia zarandeó casi todos los códigos. Para mí ha llegado ahora una pequeña tregua de nueva etapa, también de nuevos espacios (nuevas formas de respirar) y esta nueva casa virtual tan limpia y ordenada me hace querer ser mejor: como el día en que organizas la casa, que tienes el cesto de la lavadora a cero, los cubos de basura vacíos, los baños relucientes, la nevera llena, la bandeja de entrada del correo y los papeles al día y no quieres ni cocinar, ni sentarte en el sofá, prefieres estar incómoda en una silla y fantasear con que dura un poco más esa quimera de que todo está donde tiene que estar. Sí, hasta enderezas ese cuadro que te regalaron, el de las olas del mar que llevaba meses (¿años?) ligeramente ladeado.

Así paseo por esta página que brilla gracias a la mirada y el diseño de Eva y de Mirco, de Unconform studio, también anfitriones de The Patio, ese espacio-refugio de Maó que nos hace también de casa; a la paciencia y a la eficacia de Pau Goethe, el programador, y también a la sensibilidad de Jessica de Lima, autora de estas fotografías tan vivas. Y claro, gracias también a mis alumnas, amigas, amigos y amores, que nos hicieron el favor de posar en la mejor clase imaginaria: AnaItaliana, Sam, Raquel, Lara, Melo… Y gracias a todas las otras que no posaron, pero que estaban y están en las clases y en la retaguardia de la vida, con todas las logísticas prácticas y espirituales que me han arropado estos últimos tiempos.

Cuando era pequeña sentía que empezaba el año la tarde que me tocaba forrar los libros junto a mi madre y escribir en cada cuaderno de hojas cuadriculadas el título de la asignatura correspondiente con letras dobles y coloridas: LENGUA, CIENCIAS NATURALES, MATEMÁTICAS… Todo lo demás estaba en blanco por unos días.

Desde hace más de diez años vuelvo a sentir lo mismo cada mes de octubre y este año más que otros incluso, porque además estreno casas: una real y otra virtual. Así que el año para mí empieza mañana, con el inicio de los talleres, las libretas nuevas, los textos por nacer y las caras desconocidas y las (muy) conocidas y queridas de ya tantos octubres.

El otoño es perfecto para sembrar proyectos de escritura, con los días más cortos y menos callejeros (muy cortos, para quienes vivimos en esta isla que empieza ya a vaciarse de gente y de luz: cae el sol tan deprisa que el otoño aquí va unido a la noche). Pero a la vez el tiempo es más largo, más solitario, más amigable con los paseos, las películas, los libros, el deseo de deambular dentro de los mundos de las narraciones propias y ajenas. Ese mundo que parece el único mundo mientras lo estamos escribiendo o leyendo.

El otoño es perfecto porque nos entrega ya un tono. Aún nos queda el recuerdo vibrante del verano, el invierno es solo una amenaza y la primavera, un imposible. Me recuerda siempre a esa «previa plataforma de sosiego» de la que hablaba Carmen Martín Gaite cuando pensaba en el «deseo» de escribir (porque es el deseo, estoy convencida, el motor de la escritura, aunque luego hace falta ir más allá del propio deseo para continuar con ella):

 

Es cierto que para ponerse a escribir se requiere ante todo una actitud activa y alerta, que las palabras que se han de enhebrar para aclarar las cosas no vienen a barajarse sin la participación del pensamiento, que no caen de lo alto como rocío milagroso, como esas imágenes fugaces, arbitrarias y fulgurantes que preceden al sueño hasta cristalizar en el precipitado que constituye su propia esencia sombría.
Pero una afinidad encuentro, sin embargo, entre la situación del individuo que desea con impaciente afán dormirse y la del que –acuciado por tantas cosas confusas e inexpresables– se consume por soltarlas de golpe garabateando un papel. En ambos casos estorba la impaciencia como obstáculo irreconciliable con el objetivo a alcanzar, y en eso reside el parecido de las situaciones. Es decir, se requiere una previa plataforma de sosiego, sin partir de la cual no conseguiremos, ni en un caso ni en otro, nada más que dejarnos engañar repetidamente por nuestro propio desordenado deseo.
(…) Es como un pararse a contrapelo en medio de lo que bulle y arrastra, un pararse contra viento y marea, como si nos hubieran nacido raíces milenarias en los pies que se saben, al mismo tiempo, tan desarraigados e inermes a la cosquilla y al vaivén del mundo que les gira bajo las plantas vertiginosamente sin cesar. Es pararse con los ojos abiertos y los oídos abiertos y las narices oliendo y los dedos tocando y el paladar sensible a la náusea, y resistir quietos, a pesar de todo; no cerrando ninguna ventana por donde llegue el trepidar de las noticias, de las máquinas, de los cambios, de las diversiones, de los accidentes, de los enojos, de la guerra, de la sinrazón, y un más lejano, leve, casi imperceptible, allá al fondo, tamborileo de muerte acercándose. Y aún sin dejar de oír todo esto, ni de verlo llegar y crecer ni de sentirlo en la garganta como un malestar aglomerado que nos sugiere únicamente tendernos de bruces contra la tierra y llorar o dormir o vomitar, pararse en paz y tenerse en pie como si nada pasara, como si estuviéramos en un recinto acolchado y silencioso, en una isla desierta o mirando un paisaje risueño y apacible desde las almenas de nuestra torre de marfil, a salvo de la muerte, la mudanza y la prisa.

 

Acabo ya, porque acabaré si no por perderme y por perderos. Solo quería compartir algunas reflexiones sobre este vicio de la escritura, algunas palabras de mis maestras. Mi intención es mandaros una carta de vez en cuando (a no ser que os queráis librar y le deis al botón en ese apartado por ahí abajo que dice “darse de baja”). Ya lo decía la escritora Edith Wharton: “Escribir (ficción) puede compararse, en cierto sentido, con administrar una fortuna. Tanto el ahorro como el gasto deben tener un papel en este ejercicio, pero nunca deben degenerar hasta convertirse en mezquindad ni en despilfarro”.

Os cuento también que quedan plazas libres en tres de los grupos de este curso: El juego de escribir (en serio), tanto en el presencial de los martes alternos en The Patio (donde tenemos la primera clase abierta a quien quiera probar este martes 10 a las 18 h); como en el taller online de las mañanas (los martes alternos de 11:30 a 13 horas, desde el 17 de octubre) y en el Laboratorio de proyectos narrativos, en el formato virtual del horario de mañanas, que empezará en noviembre (los jueves alternos, de 10:30 a 12:30 horas).

En esta casa virtual encontraréis, limpia y ordenada, la información, y cualquier consulta me la puedes escribir por aquí, por las redes, el teléfono…, donde sea, porque en algún lugar nos encontraremos: quizá, incluso, en una de estas largas tardes de otoño.

Abrazos,

Ana

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