
Trabaje incansablemente, todo el día, todos los días, casi todo el tiempo.
Tenga la mirada afilada, despierta, atraviese con ella a sus semejantes si es necesario.
No invente nada en sus textos, a no ser que esos textos lleven por título la palabra «instrucciones». Haga orfebrería con los párrafos en todos los casos, pero no pierda de vista lo importante: la historia que está contando.
Sea periodista por encima de cualquier pretensión. Estudie cualquier otra carrera, no tema, su vocación encontrará el cauce en medio de un río seco y acabará apareciendo su oportunidad en forma de cuento, artículo sobre el tráfico de la ciudad, carta a la directora de un periódico.
Confíe. Desconfíe. Y así, sucesivamente.
No invente nada.
Sea clara con sus intenciones.
Escuche con atención a las personas que tiene delante, pero no se deje jamás encadenar a su discurso/show.
Salga a correr cada día y deje que las ideas se ordenen en movimiento.
Entrene también su mirada con buenos libros y buenas películas (puede ahorrarse el teatro).
No invente nada.
Pregunte, pregunte, pregunte. Cuando crea que ya lo ha preguntado todo, escuche esa pregunta que aún resuena en el interior oscuro de su cerebro, en el fondo de un sueño desvelado o en el tecleteo de su portátil mientras transcribe largas horas de conversación. Vuelva a concertar una cita con la persona entrevistada y pregunte eso que le faltaba, sin invadir, sin prisa, sin miedo.
Escuche atentamente lo que se dice y cómo se dice, preste especial atención a lo que no se dice. Tome notas mentales del lugar donde se dice o no se dice lo que se dice o no se dice, de la temperatura, de la luz, de la fecha, de la hora, de los atuendos de cada ser humano cuando dice lo que dice o no dice lo que no dice, de sus gestos, de la mosca que sobrevuela la escena.
Recuerde que cualquier vida puede ser contada y cualquier vida puede ser también obviada, es una cuestión de suerte, de intuición, de hacer un corazón con las tripas y ponerlo todo ahí para dejar solo lo imprescindible: la rabia, la calma o el latido que buscaba el propio texto.
No se ponga a escribir hasta que no tenga un comienzo. Solo necesita esto: una primera frase y un método. Descubra su propio método y siga trabajando incansablemente como lo haría una antropóloga, una socióloga o una escritora que en lugar de arterias y venas canalizara su sangre a través de túneles de curiosidad por los comportamientos, las emociones y las derivas de su propia especie.
No anteponga su yo al de los protagonistas, manténgalo en los márgenes, en las entrelíneas.
No invente nada.
Viaje mucho, vaya hasta el fin del mundo si cree que allí puede aguardar una historia. Imparta cursos en los lugares más insospechados; en una pequeña isla del Mediterráneo, por ejemplo, y sea generosa explicando su método a un grupo de gente desconocida.
Escriba siempre. Escriba artículos, crónicas, perfiles, columnas en los mejores periódicos y revistas de habla hispana. Conviértase en la editora de una de esas publicaciones.
Dicte conferencias sobre periodismo narrativo. Sea jurado de premios. Escriba un libro como La llamada que sacuda el panorama literario, la memoria histórica de la Argentina y los libros de estilo de los periodistas como quien sacude una alfombra polvorienta por el balcón. Gane premios.
No pierda el tiempo en comidas de rigor y mucho menos en las redes sociales.
No invente nada.
Revise, corrija, edite incansablemente y cuando no pueda más, cuando todos los ángulos y todas las voces que tenían que estar estén en ese archivo de word con título provisional convertidos en palabras y suenen de la mejor manera posible, sin notas desafinadas ni adjetivos desorientados, envíelo a un medio de comunicación o a una editorial prestigiosa y diga, por probar, que es usted Leila Guerriero.
*Comparto estos apuntes rápidos, todavía frescos en la libreta, tras cuatro días de clases con la escritora argentina Leila Guerriero en Menorca, en uno de esos incomparables talleres islados que organizan desde hace quince años Mariona Fernández y Josep Maria Fontserè, en esta isla y más allá, como si cultivaran piedras preciosas.
Gracias por compartir. Maravilla!